Queme todos mis recuerdos, los tuyos, los nuestros... Los recuerdos de nosotros, de cuando todavía había un nosotros, del tiempo en que te deseaba desde lejos, del tiempo en que te lloré después de que te fuiste, que volviste, y otra vez te habías ido...
Los quemé, se esfumaron, se hicieron humo y cenizas, se desvanecieron... Ya no existen, ya no son, tal vez nunca fueron...
Ya no quedan pruebas ni de tus besos, ni de mis caricias, ni de mis rodillas riéndose de las tuyas, ni de tus tobillos besando la planta de mis pies...
Ya no hay nada que indique el paso de te cuerpo por mi cama, ni que tus labios hayan recorrido cada rincón de mi cuerpo... Ya no se dejan ver las cicatrices que alguna vez me abrazaban, y se escurrieron de mí todos tus momentos...
No resuenan más tus palabras alborotadas en mi cabeza, ni veo brillar tus ojos cuando cierro los míos, ni me río de tu risa, ni me escondo de tus ecos, ni te extraño, ni te pienso...
Te arranqué de mi vida, y sin quererlo me dejé ir con tu recuerdo...
Ahora no me queda más este cuerpo inherte, este hueco vacío en mi costado izquierdo, el sin sabor en mis labios, el mundo en blanco, gris y negro...