Era bastante torpe, bastante confiada, bastante insensata...
Había pocas cosas en la vida que hiciera bien, pero de todas las cosas que hacía mal, había una que era la peor de todas: se enamoraba...
Cada día se enamoraba, a cada hora, con cada mirada de cada hombre, con cada palabra dulce, por falsa que fuera, ella se enamoraba... A veces de alguien que le sonreía en la calle, a veces del que compartía con ella el asiento del colectivo, a veces de los personajes de los libros.
Nunca tuvo buena suerte en el amor, y cuando ellos se daban cuenta que era tal su entrega la usaban y abusaban. Llegaban, y la lastimaban, y le rompían el corazón, y ella cada vez los amaba más...
Ella que cada vez que amaba, amaba para siempre, que los ojos ajenos se le pegaban a su pupila, que las manos ampoyadas lejos de lastimarla le hacían cosquillas en el cuerpo, que los hombres ausentes en lugar de angustiarla le divertían.
Ella que se estremecía siempre con la primera caricia, que archivaba en su memoria cada primer beso pensando que podía ser el último, que lloraba y se moría con cada partida...
Ella no pudo más que morir de amor, sufriendo como tanto le gustaba, llorando tan calmada y desconsoladamente a la misma vez como solo ella podía, sangrando por la misma herida...
Fue un amor que vino y se fue llevándose hasta lo que no había, agrietando su corazón más que ninguno, vaciándola de ese líquido brillante y espeso que le corría por las muñecas en cada despedida...
Pero esta vez fue demasiado fuerte, o tal vez fue demasiado amor, o demasiado poco... O quizá fue el tiempo, o los años, o que ella estaba demasiado rota, o demasiado cansada...
No importa por qué, sólo importa que se fue sin haber sido amada, y que ahora el mundo brilla un poco menos, y el amor perdió un poco más su significado.