traté de apagarlo, aunque después recordé que no se puede.
entonces, llena de furia, le arranqué las dos pilas, que quedaron girando sobre sí mismas tiradas en el suelo.
tuve que callar el reloj, tuve que asesinarlo.
el tic tac del segundero estaba haciendo eco en mi cabeza.
frené el tiempo, aunque en realidad no.
lo odio.
no solo marca el tiempo, sino también la distancia.
¿puedo medir tu ausencia en segundos?
no sé, no creo, serían demasiados.
millones.
no, miles de billones.
nunca entendí eso de los billones, nunca tuve cabeza para los números,
pero sé que son muchos, eso sí.
y ahora extraño el mar, la arena quemando mi cuerpo por debajo de la lona,
que tu cuerpo se recueste al lado del mío,
las noches perdidos por el alcohol,
las horas gastadas en silencio mirándonos los ojos,
los días comiéndonos los labios,
todo.
por lo menos el reloj se calló un rato.
igual que nosotros;
él también murió.