... puntos suspensivos.

hubo un tiempo en que los amaba, todo quedaba abierto, nada resuelto, todo inconcluso.
no sabía ponerle un fin a las cosas. 
el punto final me apretaba el corazón y los pulmones; y no me dejaba respirar, 
entonces nunca lo usaba.
sin embargo, cuando agregaba dos puntos más, la perspectiva era otra.
ya no era un chau, era un hasta luego,
y yo sabía que si bien se terminaba por ahora, no se terminaba en realidad,
un poco eso de cerrar la puerta, pero dejar abierta una ventana.
pero esa mala costumbre ahora me pesa.
no sé contar la cantidad de historias empezadas que dejé en el camino,
historias de finales abiertos, romances que nunca terminaron, amistades que nunca se rompieron,
y miles y miles de palabras que no se dijeron,
porque claro, así como pensaba que ahí no se terminaba, también creía que entonces no era la última oportunidad de decir, o de hacer.
sin embargo, muchos borraron esos dos puntos por mí, y muchos otros todavía esperan, quizás, todas esas cosas que no me animé a decir.
no sé qué final quiero, pero quiero un final...


que todos los excesos son malos, dicen.
como el exceso de alcohol, que se satura en tu sangre, y te desinhibe al punto de hacer cosas que nunca harías
-o que en realidad secretamente siempre quisiste hacer-.
o el exceso de comida, pecado capital: la gula. comer sin hambre, porque el solo hecho de comer te da placer.
también esos excesos en los que nunca pensamos, como cuando sobra la soledad y la rutina te mata;
o exceso de vos, de verte, de tocarte, de sentirme llena de tus besos,
y extrañarte, cuando ni siquiera te tengo.
dicen que los excesos son malos, pero no sé si algo tuyo podría, alguna vez, estar de más.